Después de las elecciones del tráiler que significó las elecciones en cuatro provincias, con el turno del próximo domingo en CABA se inaugura el plato fuerte de las internas a cielo abierto. Una preparatoria para las bonaerenses que terminarán de reconfigurar el nuevo mapa político. Mucho más que la representación legislativa.
Por Carlos Lazzarini – Especialista en Comunicación Política
Es habitual que las elecciones legislativas no despiertan pasión de multitudes. Por lo general, el reparto de bancas no es motivo de furor cvico y, parece ser, mucho menos en el actual contexto de apatía y descreimiento sobre la política en general. Una tendencia en crecimiento. Nadie sospecha que tal o cual resultado pueda gravitar en la resolución de los problemas que se enfrentan a diario. En cambio, las elecciones de medio término actúan como verdaderos plebiscitos en favor o en contra de los gobiernos de turno. Por otro lado, hace tiempo que los sucesivos adelantamientos de las elecciones provinciales y municipales imprimen, a cada una, su propia lógica, las agendas en juego y los temas en disputa.
Sin embargo, las próximas elecciones en ciudad y provincia de Buenos Aires adquieren el carácter de verdaderas internas abiertas. Si las ahora extinguidas PASO eran consideradas la primera vuelta de las elecciones generales, en este caso la elección será la forma de reconfigurar el escenario político que no logra encauzarse de otra forma. Será, en todo caso, el voto popular el que establezca el nuevo orden que no logra resolver la propia dirigencia. En el turno porteño, por caso, la expectativa está puesta en el reordenamiento de la centroderecha. Incluso más: se podría interpretar que los sellos partidarios y dirigentes que conforman ese atomizado abanico ideológico tendrán su PASO en CABA, cuyo resultado dará un orden a la lista o las listas con las que luego irán a la elección general en Provincia, Es decir, se miden fuerzas en la Ciudad y luego se conforma la lista para la elección general.
Habrá también algunos efectos colaterales. Por un lado, Leandro Santoro verá si puede perforar el techo en un distrito dominado históricamente por los amarillos, y si ese desafío actúa como un trampolín que lo impulse hacia la jefatura de gobierno porteña. La oportunidad asoma inmejorable, aunque más por dispersión externa que por un vuelco en las preferencias del electorado. Se verá. Y para el deslucido y gastado PRO, es decir para los Macri, la expectativa se centra en si logran hacer pie en su distrito de cabecera y que, un buen resultado, actúe como torniquete para la hemorragia que amenaza con desangrarlo. Otro desafío.
La interna del peronismo
Hace tiempo que el peronismo está en tensión. Todo indica que arrastra la necesidad de una renovación de liderazgos, de ideas y de propuestas. Y que no termina de dar vuelta la página. Las elecciones bonaerenses adquieren mayor relevancia por la posibilidad cierta de saldar ese asunto pendiente, más que por las bancas que se puedan obtener o perder en el camino. No importa si se alcanza la unidad, si hay disputa, o si se encuentra otra fórmula para competir el 7 de septiembre. La interna, por ahora reprimida, busca su cauce y será inevitable. Todo lo demás son artilugios, simulaciones, postergaciones, tácticas especulativas para obtener un resultado que no refleje la realidad de la situación. Un vamos viendo. La unidad es la máscara. Pero nadie se puede hacer el distraído y, más temprano que tarde, esa tensión deberá resolverse o hará eclosión de la peor forma. El peronismo ya lo vivió con Alberto Fernández y puede volver a pasar a partir del 8 de septiembre si todos deciden mirar para otro lado. Se dirá que la política es ganar. Y ganar como sea. Pero a veces un triunfo en las urnas puede ser una derrota a futuro. La nitidez en la propuesta parece imponerse, en estos tiempos, al artilugio del engaño, del amontonamiento a pesar de todo, al disimulo. El esfuerzo podría ponerse, en cambio, en que las diferencias se salden de la mejor forma posible, hacer control de daños. Pero nunca ignorarlas, o intentar esquivarlas.
En ese contexto, el peronismo parece disponerse a dejar en manos de los bonaerenses lo que no puede resolver con su propia dinámica interna. Ventilar el conflicto de manera abierta y transparente, pero sin esconderse en imposibilidades metodológicas o logísticas, sino dando el debate sobre la necesidad de renovarse. Sin embargo, el gobierno bonaerense logró imponer las elecciones separadas del turno nacional con argumentos referidos a los sistemas electorales y otras cuestiones operativas, sorteando el fuego amigo.
Por su lado, el kirchnerismo llega a esta instancia aceptando las condiciones con los hechos consumados, cediendo cuando todo resulta inevitable. Pero dejando sentada su disconformidad. Queda así agazapado para que el conflicto recrudezca con los resultados en la mano. Es lo que todos temen.
Como dice el politólogo Andres Malamud, “en política, como en la vida, hay dos momentos. El momento normal, donde las cosas transcurren de manera estable, y el momento excepcional donde las cosas se rompen y hay que construir algo nuevo”.
El 2027 a la vuelta de la esquina
Como sostiene Marcelo Falak en su artículo reciente (La nueva canción es política), por ahora no asoman las nuevas melodías y la disputa del peronismo en territorio bonaerense se concentra en una cuestión de liderazgos. Una cuestión, por cierto, para nada menor. Y si se quiere, en las diferentes miradas sobre construcción política, pero con las ideas, los programas y las propuestas todavía ausentes. Se sabe que el gobernador imagina un frente con sectores del radicalismo y otras expresiones que tal vez para el kirchnerismo sean un límite.
De todos modos, ponderar el nombre Axel sobre el apellido Kicilof para obviar la letra que lo emparenta con el kirchnerismo, no parece ser un elemento diferenciador suficiente. La disputa electoral sería, sin duda, la señal más elocuente y rotunda que se le pueda ofrecer al electorado si se quiere mostrar que AK y CFK no son lo mismo. Incluso, más que cualquier diferencia de criterio sobre posibles programas de gobierno o de estilo.
De todos modos, no solo la renovación dirigencial de la oposición sigue sin resolverse. Las alternativas siguen huérfanas. Prevalece el aletargamiento de una crisis crónica que se prolonga y acentúa o evidencia en cada turno electoral. Desde la victoria de Javier Milei no hay mucha más reacción que la objeción, el cuestionamiento y el señalamiento del error ajeno.
Pero hasta acá, lo que se verifica en cada tropiezo del gobierno nacional, es el crecimiento del desencanto general. Cuando el Presidente protagoniza episodios que lo mimetizan con la casta que dice aborrecer, lo que asoma, más que una alternativa, es una aproximación al 2001 del que se vayan todos. No se verifica corrimiento hacia alguno de los espacios de la oposición sino más bien hacia el descreimiento, la falta de interés, la apatía y el rechazo generalizado. La baja participación en las elecciones provinciales que se van sucediendo, son una muestra.
El 2027 está a la vuelta de la esquina y asomará con mayor fuerza después de las elecciones legislativas de CABA y Provincia. Se supone que para entonces habrá mayor claridad, también, sobre el mapa política de la argentina. Sin duda habrá una nueva reconfiguración. Pero lo que no está claro, es que asomen nuevas melodías.